Joaquín Navarro
Villapalacios (Albacete), 26.VII.1705 – Forli (Italia), 26.IV.1780
No se debe confundir con el jesuita expulso coetáneo, Pedro Navarro, de la provincia de Aragón (Calatayud, 1711-Ferrara, 1786). Joaquín, maestro y amigo de Hervás, nació en Villapalacios (Arzobispado de Toledo), lugar cerca de Alcaraz, donde vivió su niñez. Pronto dejó brillar un talento nada común, por lo que sus padres, para su mejor instrucción, lo enviaron a Alcalá, en cuyo Colegio de Santa Catalina estudió la Filosofía con tanto empeño que, “después de haber sido recibido entre los jesuitas para satisfacer al riguroso examen que entre ellos se hacía de filosofía, le bastó repasarla por un año solo”. Fue recibido en el noviciado jesuítico de Madrid el 28 de junio 1722. Según Hervás, en su formación tuvo gran influjo un tío jesuita, autor de varios tratados de teología escolástica: “El señor Navarro respetaba como a su maestro y pariente al sabio jesuita Antonio Gutiérrez de la Sal (natural de Alcaraz), conocido por sus producciones literarias, que no tiene lugar en esta Biblioteca haber muerto antes del 1759”.
Después de su noviciado repasó la Retórica y la Filosofía, y estudió en Alcalá la Teología. Enseñó Retórica a los jesuitas en Villarejo y la Filosofía en Toledo, en que tuvo por discípulo al célebre historiador y canonista Andrés Marcos Burriel, hasta 1738, en que, el 15 de agosto, hizo la profesión solemne. Enseñó después la Teología en Toledo, Murcia y Alcalá, en cuya Universidad fue catedrático durante diez años (“excatedrático de prima de la universidad de Alcalá”, según la portada de los libros publicados en la década de 1760). En este tiempo fue nombrado por la provincia jesuítica de Toledo para la congregación general, hecha en Roma en 1755, en que Luis Centurione (Génova, 1686–Castel Gandolfo, Roma, 1757) fue elegido prepósito general (sólo durante año y medio, hasta su muerte).
En 1760, una vez concluido su magisterio teológico, pasó al Colegio Imperial de Madrid, del que era rector en 1767, cuando los jesuitas salieron de España. En 1772 fue hecho provincial de los jesuitas que componían su antigua provincia de Toledo y se habían establecido en la ciudad de Forli y en sus cercanías. Hervás narra su accidentada muerte: “En el funesto día de 26 de abril de 1780 el señor Navarro, después de haber tenido, según su inviolable costumbre, una hora de meditación y de haber celebrado el Santo Sacrificio de la Misa en la estrechez de su habitación, murió desgraciadamente en las ruinas del techo de su casa, que cayó repentinamente”.
Igualmente habla del mérito de Navarro, el cual “fue grande por su ingenio y mayor por su virtud”. Añade: “La agudeza, prontitud y claridad fueron dones característicos de su mente; por lo que en el discurso familiar y en los repentinos empeños de hacer discursos, decir, o escribir poesías latinas o españolas y cuestiones filosóficas y teológicas resplandecía singularmente y se elevaba sobre el vulgo de los buenos talentos. De su virtud dio muchos y singulares ejemplos en toda su vida. Por los trece años que fuera de España vivió en incomodidades, trabajos y aflicciones por mar y tierra, siempre fue el mismo, e inalterablemente observó la distribución diaria de tener, a lo menos, una hora de meditación antes de celebrar el Santo Sacrificio, de ocuparse en leer libros espirituales e instructivos y de escribir tratados de materias eclesiásticas y teológicas; siempre silencioso, siempre moderado en el obrar, y siempre en el retiro de su arrinconada habitación”