Nicolás Caussin

N. 27 mayo 1583, Troyes (Aube), Francia; m. 2 julio 1651, Paría, Francia.

E. 23 septiembre 1607, Rouen (Seine-Maritime), Francia; o. 1615, París; ú.v. 1 noviembre 1622, París.

De niño conocía el latín y griego aún mejor que el francés. Era ya maestro en artes a los veinte años y estudió Sgda. Escritura antes de entrar en la CJ. Por eso, recién hecho el noviciado, se le destinó a enseñar clásicos (1609-1614) en Rouen, La Flèche y, por fin, en el *Colegio Clermont de París, Humanista de fácil pluma, entre sus publicaciones hay colecciones de poesías, dramas escolares y un tratado de elocuencia, donde formuló sus principios básicos, que parece haber descuidado desde su nombramiento como predicador de la casa profesa de París. Con todo, la alta sociedad lo admiró cada vez más como orador de moda. Fue confesor de las damas de la corte y del duque de Enghien, el futuro Grand Condé y autor prolífico de obras de controversia y de piedad. De éstas, tal vez, la más importante, La cour sainte, gozo de voga inmensa.

El cardenal Armand de Richelieu lo eligió para suceder a Jacques Gordon, como confesor del Rey. A pesar de su brillantez, la elección no fue muy feliz, porque C carecía del conocimiento de la corte y de los negocios del mundo y, sobre todo, de la prudencia necesaria para un puesto tan delicado. Sus superiores trataron, en vano, de disuadir al cardenal, quién le nombró (marzo 1637) pensando que sería fácil de manejar. Como Richelieu desconfiaba de cualquier influjo que pudiera interponerse entre Luis XIII y él, urgió ante todo a C para que apremiase a Louise había sido, desde la separación del Rey de su madre y de su mujer, una confidente piadosa de éste. Cuando, más tarde, el Rey y el confesor la visitaron en su convento, C contribuyó—con la ayuda de Louise—a su reconciliación con Ana de Austria, su esposa, que dio por resultado el nacimiento de Luis XIV.

En la corte el malestar contra Richeliey crecía sin cesar: cartas anónimas, cortesanos rechazados y la misma reina Ana reprochaban al cardenal-ministro su cruel represión de los rebeldes, la división dentro de la familia real, la prolongación de la guerra contra la Casa católica de Austria y la alianza con los príncipes protestantes. Por su parte, el P. General Mucio Vitelleschi escribió a C, aconsejándole recordar al Rey, con la debida prudencia, los sufrimientos de tantas naciones que suspiraban por la paz. Movido por esta llamada a su conciencia de confesor real, C representó inoportunamente al Rey (8 diciembre 1637), de modo tan largo y vivaz, que le perturbó fuertemente. Informado Richelieu, esquivó con habilidad una confrontación delante del Rey y le intimó a que eligiera entre su ministro y su confesor. Pese a su efecto C, Luis XIII lo abandonó y, poco después, por una carta con el sello real, le desterró a Rennes con prohibición de toda comunicación exterior. Creyendo que C era culpable de una falta grave y temiendo represalias contra el establecimiento de la CJ en Francia, el provincial y, después, el general, le impusieron sanciones canónicas: se le desposeyó de *voz activa y pasiva, así como de predicar y escribir sin permiso expreso, y fue relegado a la residencia del alejado Quimper, donde permaneció seis años.

Sería injusto acusar a C, como escribe Richelieu en sus Mémoires, de haber faltado a los deberes esenciales de su oficio. En sus largas justificaciones dirigidas a Roma, C afirmaba que había seguido las instrucciones del P. General Claudio Aquaviva que recomendaban a los confesores reales exponer con franqueza lo que les parecía ser para el bien común. Aunque actuó, como sacerdote, con honradez y valentía al oponerse al cardenal, sin duda le faltó tacto y prudencia. C. debió haber preparado pacientemente el terreno, en vez de hacer declaraciones intempestivas al Rey; tampoco comprendió la complejidad del tema político. Que al mantener en el destierro a la intrigante reina madre y la alianza con los no católicos en la lucha contra la hegemonía de los Habsburgos fueran «pecados del Rey>> era una cuestión muy discutible.

La muerte de Richelieu puso fin a las desgracias de C. Ana de Austria, ahora regente, insistió en la vuelta de C a París (agosto 1643) y el P. General le dirigió una carta amistosa, levantándole las sanciones. No mucho después. El provincial le propuso replicar al panfleto de Antonie Arnauld, Théologie morale des Jésuites. La pronta aparición de la Apologie de C ofreció un arsenal de refutaciones que fueron, más tarde, empleadas en la lucha contra los jansenistas. En 1644, como uno de los frutos de su destierro, publicó una edición totalmente revisada de La cour sainte, una exposición de la doctrina católica y una especia de «política sacra». Aun teniendo algunos hermosos pasajes, el estilo está tan apartado de los gustos modernos, que ya no se lee hoy, si no es por curiosidad. Su Regnum Dei, contenía ciertas expresiones atrevidas que irritaron al cardenal Giulio Mazarino y le llevaron de nuevo al destierro, aunque solo por dos meses. El infortunio de C, tergiversado tanto tiempo por la polémica, queda como testigo de una época decisiva cuando la religión y la política estaban estrechamente entrelazadas.