Antonio Vieira
N. 6 febrero 1608, Lisboa, Portugal; m. 18 julio 1697, Bahía, Brasil.
E. 5 mayo 1623, Bahía; o. 10 diciembre 1634, Bahía, ú.v. 21 enero 1646, Lisboa.
Hijo de Cristóvão Vieira y María de Azevedo, partió de niño al Brasil con su familia. Estudió en el colegio de Bahía, y entró en la Congregación de Jesús. Hecho el noviciado, cursó los clásicos y aprendió algunos dialectos del Brasil. Su primera obra, escrita (septiembre 1626) en latín y traducida por él mismo al portugués, Carta Anua da Provincia do Brasil, se reeditó muchas veces. En ella relata la invasión (1624) de Bahía por los holandeses, Enseñó humanidades y retórica en el colegio de Olinda (1627-1630), y estudió filosofía y teología en Bahía, donde adquirió el grado de maestro en artes. Concluidos sus estudios, se dedicó a la predicación en las aldeas de la región de Bahía.
En 1641 llegó a Brasil la noticia de la restauración de Portugal (1 diciembre 1640), con el duque de Braganza como rey Juan IV. El virrey D. Jorge de Mascarenhas envió a su hijo Fernando en la embajada que prestaría vasallaje al nuevo monarca, y Antonio iba también en la comitiva. Recibido (mayo 1641) por Juan IV, desde entonces los dos quedaron amigos para siempre. Antonio predicó su primer sermón en la capilla real el 1 enero 1642. En sus numerosos sermones de ese tiempo, no se limitaba a exhortar a los portugueses a perseverar en la lucha contra España, sino que además proponía medios concretos para resolver los problemas. Predicaba, aconsejaba, hacía planes y escribía memoriales. El Rey le nombró predicador de la corte, le consultaba sobre asuntos de Estado y le defendía de sus adversarios. V se preocupaba por la deplorable situación económica de Portugal, y para remediarla procuró atraer los capitales de los judíos portugueses del extranjero y de los cristianos nuevos del reino. Propuso a Juan IV la fundación de dos compañías de comercio, una oriental y otra occidental. El proyecto suscitó adversarios, entre ellos la Inquisición, porque el plan establecía que el dinero investido en las compañías quedaba exento del fisco. Los inquisidores temían que se les escaparan los bienes de los judíos conde- nados por su tribunal. Antonio aconsejó al Rey que, para estimular la vuelta de los judíos, les eximiese de la confiscación de bienes, caso de ser condenados por el Santo Oficio. El Rey siguió los consejos de V, y en el edicto de 6 febrero 1649 perdonaba aquella pena y fundaba la Compañía General de Comercio del Brasil.
Antonio gozaba de la confianza del rey hasta tal punto, que el monarca le encomendó (1646) misiones diplomáticas en cortes extranjeras. Antonio estableció con tactos con los judíos de Rouen (Francia) y Ámsterdam (Holanda) prometiendo restituirle a la patria. Consiguió que volvieran al reino los judíos portugueses del exilio, y que los emigrados y los cristianos nuevos residentes en Portugal invirtieran sus capitales en la Compañía del Brasil. En el apogeo de su carrera política, V se sirvió del Rey para promover la creación de una nueva provincia de la Congregación de Jesús en Alentejo, lo cual fue considerado por los superiores jesuitas como una falta grave de disciplina. El P. General Vicente Carafa ordenó que se le despidiese de la Congregación de Jesús. No queriendo Antonio salir ni aceptar una mitra episcopal, el Rey prohibió que se hablara del caso; él se sentía también alcanzado por la orden contra Antonio ya que los motivos para la expulsión de Anatonio los consideraba como en servicio suyo y del reino.
Como prueba de su estima, Juan IV envió a Antonio en misión diplomática a Roma. Partió V de Lisboa (8 enero 1650) con una doble finalidad: promover la sublevación contra los españoles en el reino de Nápoles, y tratar del casamiento del príncipe Teodósio con la hija de Felipe IV de España, asegurando la cláusula de que Lisboa fuese la capital de la Unión Ibérica. Al conocer el embajador español las actividades de Antonio, avisó al P. General Francisco Piccolomini que le retirase de Roma. Antonio dejó Roma y en junio 1650 se dirigió a Lisboa.
En Roma había tratado con Piccolomini de la restauración de la misión del Marañón. En 1651 V se ocupó de los preparativos para esa misión, aunque Juan IV sentía mucho que Antonio dejase la corte. Antonio partió de Lisboa el 22 noviembre 1652 como superior, llevando consigo un grupo de jesuitas, y llegó a S. Luis de Marañón el 16 enero 1653. En esta segunda estancia en el Brasil (1653-1661), desarrolló una asombrosa actividad misional. Aplicó su sueldo de predicador real a las misiones de Marañón y Pará. En el Marañón, predicó el sermón de las tentaciones, contra la esclavitud de los indios el 2 marzo 1653. El 13 diciembre partió para Tocantins: sobre esta expedición escribió una narración célebre por su belleza literaria. Antonio luchó decididamente en favor de los indígenas, lo que le valió el ser llamado «Paiaçu» (padre grande). Aprendió los dialectos de las diversas tribus y pudo escribir un catecismo en seis lenguas diferentes. Durante sus largas y penosas estancias en la vasta Amazonia, visitaba las aldeas, en canoa o a pie. Apoyándose en un documento que le confería poderes para libertar esclavos, tuvo que enfrentarse a violentas reacciones de los colonos.
Escribió cartas a Juan IV proponiéndole medidas eficaces para acabar con la explotación de los indígenas. Al fin decidió volver a Portugal para informar personalmente al Rey. Antes de zarpar para Lisboa, predicó (13 junio 1854, fiesta de San Antonio) en San Luis el famoso «sermón a los peces», en el que en forma de sátira denunció la injusta cautividad de los indios. Bien recibido por el Rey en Lisboa, V alcanzó de él una nueva ley en favor de los indios: que daba prohibido hacer guerra ofensiva contra ellos, y sus aldeas serían regidas directamente por los jesuitas. A le mayo 1655 regresó Val Marañón provisto de este importante documento. Reemprendió su apostolado misionero: pidió misioneros del Brasil y de Portugal, favoreció la apertura del noviciado del Marañón para formar futuros misioneros, y escribió el «Reglamento de las Misiones», Visitó el bajo Amazonas hasta el río Tapajós (1659) y la sierra de Ibiapaba, en el Ceará (marzo-junio 160)
En 1658 Antonio predicó la oración fúnebre de Juan IV. A orillas del Amazonas, escribió (1659) la epístola Esperanças de Portugal-Quinto Império do Mundo, en la que procuraba consolar a la reina viuda D. Luisa de Gurmán. La misiva fue enviada a su hermano en religión y amigo, André Fernandes, para que la entregase a la Reina. Los inquisidores sospecharon que en ese escrito habla materias condenables y obligaron a Fernandes a consignar el original de las Experenças, para ser examinado. Lo estudiaron varios calificadores y enviaron a Roma, donde la censura condenó el profetismo del visionario, llamado Bandarra, y encontró la obra llena de absurdos y desatinos (llegó a señalar fechas para la resurrección de Juan IV.
Entretanto, la asamblea de Pará reclamó de V el permiso para invadir la selva y cazar esclavos. V se opuso, declarando que las dificultades no se debían a la falta de esclavos. Pero los colonos se alzaron contra la aplicación que se hacía de la ley favorable a los indios, y organizaron motines en Pará y Marañón. V, junto con otros jesuitas, fue preso y enviado a Lisboa, adonde llegó a principios de noviembre 1661. Los inquisidores quisieron procesarlo inmediatamente, pero el marqués de Marialva y la Reina se opusieron. Durante la regencia de Dª. Luisa, V siguió gozando de prestigio en la corte; predicó en la capilla real el sermón de Epifania (llamado «de las misiones o de Amazonia»), en defensa de los misioneros (1662). Nombrado confesor del príncipe D. Pedro, la Reina se declaró protectora de la misión de Marañón.
Poco después (junio 1662), ocurrió una revolución palaciega, que entregó el reino al inepto D. Alfonso VI. privando a Dª. Luisa de la regencia y exiliando a sus partidarios. V fue desterrado a Oporto y en febrero 1663 a Coímbra, con la prohibición de salir del colegio. La Inquisición aprovechó la ocasión para procesarle. El Consejo General del Santo Oficio ordenó a la Inquisición de Coímbra que le interrogara sobre las Esperanças de Portugal. Los interrogatorios fueron repetidos y no faltaron vejaciones. Los inquisidores le acusaron de sospechoso de judaísmo y de errores contra la fe. V, en vez de ocuparse de su defensa, prefirió continuar la redacción de su Historia do Futuro. Aprovechando la prolongación del plazo dado para presentar su defensa, escribió una Introducción a su História, titulada Livro Anteprimeiro. A pesar de sus constantes dolencias, V fue encarcelado (1 octubre 1665) en la prisión de la Inquisición, donde sólo disponía de dos libros: la Biblia y el breviario. En esta situación escribió dos largas Representações en defensa de su milenarismo, que pueden considerarse un resumen de su História do Futuro. En el curso de treinta interrogatorios se demostró la fulgurante inteligencia de V en contraste con la mediocre teología del inquisidor Alexandre da Silva.
El 23 noviembre 1667 D. Alfonso abdicó por incapacidad, y D. Pedro subió al trono. El cambio político movió a la Inquisición a concluir el proceso contra V. El 23 diciembre fue leída la sentencia, con la enumeración de sus errores y la imposición de las penas: privación perpetua de voz activa y pasiva. prohibición de predicar, y la reclusión por tiempo indeterminado en una casa de la Congregación de Jesús. Pero, por la intervención de la corte y del propio D. Pedro, Antonio que do libre el 12 junio 1668. En la capilla real predicó varios sermones; sin embargo, pese a los éxitos obtenidos en la predicación, vivía amargado por la sentencia de condena. Decidió, pues, ir a Roma para en- cargarse personalmente de la revisión de su proceso. En septiembre 1669 partió para Roma con la misión pública de promover la beatificación de Inácio de Azevedo y sus 39 compañeros martirizados (1570). cerca de las Canarias, cuando navegaban hacia el Brasil. En Roma, Antonio predicó sermones que deslumbraron a la corte pontificia y a la reina Cristina de Suecia. No sólo predicaba en portugués, sino también en italiano, con éxitos clamorosos. Además de ocuparse de la beatificación de los mártires del Brasil, solicitó por todos los medios la revisión de su proceso en la Inquisición y su rehabilitación como teólogo ortodoxo.
Aunque Antonio se consideraba exiliado, se interesaba por los sucesos de Portugal. En mayo 1671 un vulgar ladrón profanó el sagrario de la iglesia del monasterio de Odivelas, junto a Lisboa. Al punto muchos se amotinaron contra los cristianos nuevos, quienes, perseguidos por la Inquisición, interpusieron recurso a Roma, para lograr un perdón general de los delitos de competencia del Santo Oficio, y un cambio en el estilo y en los procedimientos de este tribunal. En Roma, V se ocupó con todas sus energías del caso de Odivelas y de la defensa de los judíos, denunciando los procesos bárbaros de la Inquisición portuguesa Redactó un escrito titulado Desengano Cathólico sobre a causa da gente de nação hebrea, y demostró que el litigio sólo podía ser decidido por el Papa y no por los inquisidores y obispos portugueses. Por este tiempo se publicaron, bajo el nombre de Antonio, muchos escritos en favor de los cristianos nuevos. A pesar de ocuparse a fondo de este conflicto, insistía también en la revisión de su proceso. Para esto recurrió a influyentes personalidades portuguesas. Como este recurso no dio resultado, escribió varios memoriales: uno dirigido a los cardenales del Santo Oficio, otro al Papa, que remitió también a los mismos cardenales. En estos memoriales Antonio expuso cómo se desarrolló el proceso de Coímbra, los defectos e injusticias que lo invalidaban, y las razones con que él apoyaba las proposiciones que se le censuraban. Al fin, obtuvo (17 abril 1675) de Clemente X el breve que le declaraba exento de la Inquisición portuguesa.
Aunque Antonio se consideraba exiliado, se interesaba por los sucesos de Portugal. En mayo 1671 un vulgar ladrón profanó el sagrario de la iglesia del monasterio de Odivelas, junto a Lisboa. Al punto muchos se amotinaron contra los cristianos nuevos, quienes, perseguidos por la Inquisición, interpusieron recurso a Roma, para lograr un perdón general de los delitos de competencia del Santo
Aunque libre de la pesadilla de la Inquisición, Antonio no se resignaba a vivir lejos de Portugal. Renunció a las «doradas cadenas» que le ofrecían en Roma y llegó a Lisboa el 23 agosto 1675. Recibido con frialdad por D. Pedro, se dedicó a preparar la edición de sus sermones. Fue llamado a los Consejos de Estado como perito en las cuestiones del Marañón y consiguió otra nueva ley favorable a la libertad de los indios (1680). Embarcó para el Brasil con otros jesuitas (27 enero 1681) y como residencia escogió la Quinta do Tanque, casa de campo junto a Bahía. Allí continúo preparando la edición de sus sermones y la redac- ción de su História do Futuro. También comenzó a escribir en latín la «Clavis Prophetarum», obra en la que quería exponer su milenarismo según la doctrina ortodoxa, excluyendo el lusocentrismo exagerado de la História. Sus otros negocios no le permitieron concluir la «Clavis». A sus ochenta años fue nombrado visitador del Brasil y del Marañón, pero sin salir de Bahía (1688). Como visitador insistió en la ida de misioneros portugueses al Brasil y a la región del Amazonas. Promovió las misiones de los quiriris de las zonas lejanas e incultivadas de Bahía y les ayudó con el fruto de la venta de sus libros. Acaba do el trienio de visitador, se quedó en la Quinta do Tanque, donde continuó preparando sus libros para la imprenta. En colaboración con el gobernador, A. L. Gonçalves da Câmara Coutinho, redactó el «Regimento para o governo dos indios» (1692). Agotado por las enfermedades y la vejez, pasó al colegio de Bahía, donde murió.
Personalidad. Predominan dos aspectos, igual mente excesivos, el visionario y el activo, La utopía de su vida fue el «Quinto Imperio» que debía realizar Juan IV. Antonio vivió animado de una escatología, en la que el milenarismo se concretizó en el profetismo patriótico. En él están mezcladas la alucinación y la lucidez. Su profetismo fue particularmente analiza-do por J. Lúcio de Azevedo, Hernani Cidade, Raymond Cantel y J. van den Besselaar. Su tendencia vi- sionaria se conjugaba con la angustia de la acción y de sus luchas, tanto que las dificultades, en vez de desanimarle le estimulaban. Atravesó siete veces al Atlántico, recorrió miles de kilómetros a pie o en canoa, no obstante, su frágil salud y «escupiendo rojo» (era probablemente un tuberculoso crónico).
Orador y escritor. Las dos componentes de su personalidad le provocaron un «complejo de Apocalipsis»: se sentía llamado a revelar el sentido de los sucesos de Portugal y del mundo para ofrecer consolaciones en los males de la vida presente. Ese es el mensaje de História do Futuro, de ciertos sermones, de la Defesa perante o Tribunal do Santo Oficio. De este «complejo de Apocalipsis» surge una segunda característica, la «mutación» espectacular o visión del mundo como escenario de grandes sucesos. V encuentra la multiplicidad de reflexiones sobre el hecho humano en el espacio sagrado y maravilloso de la Biblia. El orador establece así el fundamento de la alegoría «Todo en la Sagrada Escritura es divino, todo es raro, todo es maravilloso». La estructura de sus sermones es bastante libre, sin el esquema deductivo y riguroso del modelo francés, expone o desarrolla una idea como en ondas concéntricas o. imitando la pintura barroca, en diversos planos de profundidad hasta llegar a la aplicación del suceso presente. presente En esta abundancia, en apariencia desordenada, todo es regido por un orden sutil o por la analogía hacia la profundidad y el misterio. El estilo es natural y transparente, con dominio del vocabulario, donde la imagen tiende a transformarse en alegoría, el pensamiento parece dibujar volutas que emanan unas de otras, tomando una y otra vez el tema. Su exposición pretende no sólo convencer, sino también impresionar, conmover y estimular.
Su producción literaria es vasta y variada; además de sus sermones, escribió tratados proféticos, cartas y opúsculos sobre cuestiones políticas o sociales. Imprimió doce de los quince volúmenes de sus sermones, que forman la parte más importante de su herencia literaria y son preferidos por los lectores actuales. Son sermones religiosos o que tratan de cuestiones políticas, sociales o económicas, siempre con un fondo religioso y a partir de un texto bíblico. Su correspondencia abarca cerca de 800 cartas, que a su vez pueden dividirse en «epístolas», bastante largas, que tratan sistemáticamente un asunto, «familiares», y otras de géneros variados. Antonio escribió también opúsculos sobre los cristianos nuevos, el despotismo de la Inquisición, la libertad de los indios, etc. Sus obras tuvieron muchas ediciones y se tradujeron a diferentes lenguas europeas. Algunos de sus escritos recibieron nombres diversos en sucesivas ediciones.